CHARLES DARWIN Y EL PAISAJE FUEGUINO.

 

PROLONGACIONES POLÍTICAS, ESTÉTICAS Y CIENTÍFICAS DE LA IDEA DE DESIERTO.

 

Julio Leandro Risso1

1Instituto de Cultura Sociedad y Estado -Universidad Nacional de Tierra del Fuego. CADIC-CONICET. Tierra del Fuego, Argentina. jlrisso@untdf.edu.ar

 

Resumen

En 1831 Charles Darwin se embarcó como naturalista de la segunda expedición alrededor del mundo a bordo del H.M.S. Beagle. A partir de esa travesía el joven ingles escribió un diario de viaje en el que, mediante la fusión del lenguaje poético y el discurso científico, registró singulares impresiones estéticas, observaciones científicas y posiciones políticas.

Este artículo revisa los modos en que, en su diario, Darwin presentó el paisaje fueguino. Más precisamente, se abordan las operatorias estéticas, políticas y científicas mediante las cuales la idea de desierto se redimensionó y prolongó sobre Tierra del Fuego.

 

Palabras clave: Charles Darwin, Paisaje, Desierto, Tierra del Fuego.

 

Abstract

In 1831 Charles Darwin embarked as a naturalist of the second expedition around the world aboard H.S.M. Beagle. From that voyage, the young Englishman wrote a journal in which, through the fusion of the poetical language and scientific discourse, registered unique aesthetic impressions, scientific observations and political positions.

This article reviews the ways in which Darwin presented the fuegian landscape in his journal. It addresses, more precisely, the aesthetic, political and scientific operations through which the desert idea was resized and extended on Tierra del Fuego.

 

Key Words: Charles Darwin, Landscape, Desert, Tierra del Fuego.

 

 

Desde finales del siglo XVIII las potencias europeas se interesaron crecientemente en la exploración y explotación de las regiones sudamericanas que, habitadas y controladas por pueblos indígenas, eran total o parcialmente desconocidas por criollos y europeos. Inscriptas en una extensa tradición discursiva que las identificaba como “desiertos”, ellas se proyectaban vacías y disponibles. Así, la idea de desierto contribuía tanto a naturalizar la negación y subestimación de los pueblos que las poblaban como a legitimar diversas formas de avance sobre ellos y sus territorios.

En las primeras décadas del siglo XIX proliferaron las exploraciones europeas en Sudamérica y la literatura de viajes al Río de la Plata. A través de las impresiones e intenciones de los viajeros europeos, las llanuras rioplatenses fueron definiéndose como un espacio vacío, extenso, solitario, salvaje y monótono. Progresivamente, la idea de desierto se proyectó como privilegiada síntesis y clave de lectura

no solo de “las pampas” sino también de otros paisajes del sur.

El 27 de diciembre de 1831, Charles Darwin (FIGURA 1) se embarcó como naturalista de la expedición alrededor del mundo que lo trajo a Tierra del Fuego (en adelante TDF), a bordo del buque de bandera inglesa H.M.S. Beagle (FIGURA 2), comandado por Robert Fitz Roy. A partir de esa travesía el joven inglés escribió un diario de viaje1 en el que, mediante la fusión del lenguaje poético y el discurso científico, registró singulares impresiones estéticas, observaciones científicas y posiciones políticas.

 

 

Figura 1: Retrato de Charles Darwin (1840). Fuente: http://darwin-online.org.uk/timeline.html.

 

En su expedición por Sudamérica Darwin visitó zonas, tales como la costa patagónica, Islas Malvinas y TDF, con los que la literatura de viaje al Río de la Plata no estaba familiarizada. El extremo sur de América afectó a tal punto al joven inglés que se le volvió inolvidable.

Con su diario, el imaginario de desierto se prolongó hasta definir la “tierra incógnita” más austral. En su presentación del paisaje fueguino, como así también con relación al de las planicies patagónicas y las Islas Malvinas, Darwin realiza una doble operatoria. De un lado, lo connota de modo negativo, desvaloriza su belleza o atractivo en relación con otros paisajes y lo muestra casi “fuera de los límites de este mundo”. Este gesto puede comprenderse como una actitud política, en tanto esos territorios, por hallarse en un lejano “más allá” de Europa, se muestran fuera de la “civilización”, inferiores y, por ende, tan despreciables como dominables. Sin embargo, del otro lado, aquella negación se reconvierte permanentemente en el diario cuando, mediante figuras poéticas e impresiones sensibles, Darwin asume una actitud estética sobre ese espacio (FIGURA 3). En este sentido, le asigna un carácter enigmático, misterioso, onírico o imponente a partir del cual, al presentarlo como un paisaje sublime, apreciable y atractivo, lo reinscribe exóticamente en el (su) “mundo civilizado” (FIGURA 3).

Esa mirada política y actitud estética a partir de las que el diario expulsa y reinscribe, al mismo tiempo, los territorios más australes de América en la “civilización”, se extiende también sobre los pueblos indígenas de TDF.

No obstante, a diferencia del paisaje, con ellos el diario no produce referencias ni inscripciones estéticamente positivas sino que los identifica exclusiva e indiferenciadamente por medio de alusiones siempre negativas y deshumanizantes: “innobles y asquerosos salvajes”, separados del “hombre civilizado” por una distancia mayor “que la que existe entre el animal silvestre y el doméstico”; “criaturas abyectas y miserables”, carentes de “lenguaje articulado”, “sin gobierno, ni jefe”, “desgraciados salvajes”, con escasas facultades comparables “al instinto de los animales” y sin capacidad de progreso.

Por un lado, y en sintonía con el paisaje, sobre los pueblos indígenas Darwin sostiene la actitud por la cual los considera fuera del mundo civilizado: “cuesta trabajo creer que son seres humanos, habitantes del mismo mundo que nosotros”. Pero, por el otro, y a diferencia del paisaje, con ellos no produce ningún tipo de reinscripción positiva a dicho mundo. Se trata, pues, de una negación radical y política de esos “otros”, a quienes los define exclusivamente por lo que no son, los burla, los coloca en un lugar inferior con respecto al “hombre civilizado” y los muestra destinados a desaparecer prontamente, por tratarse de “nuestros progenitores”, seres del pasado, hombres anacrónicos cuya existencia no pareciera corresponder al presente.

 

Figura 2. H.M.S. Beagle en el Estrecho de Magallanes. Fuente: http://darwin-online.org.uk/converted/pdf/1890_Voyage_F59.pdf.

 

 

Ahora bien, esa prolongación de la idea de desierto que Darwin produjo sobre Patagonia, Malvinas y TDF a través de una actitud política y estética sobre el paisaje, involucró otra peculiaridad. Esos espacios que juzgaba infinitos constituían para él la metáfora de un tiempo también ilimitado en cuyo curso incomprensible podían identificarse las fuerzas naturales que motorizan las transformaciones

de la vida. Ficción del tiempo que, hacia el sur y a través de la geología, le insinuaba la finitud de las especies y le permitía postular la sentencia sobre la desaparición de la humanidad y la incógnita acerca de cuándo ello acontecería2. Sobre el desierto, entonces, aquella actitud política y estética presente en el diario resulta también ser científica. Allí, visto desde el presente, las observaciones geológicas de Darwin demuestran un pasado que, en la extensión del paisaje patagónico, permite corroborar un tiempo liso, abierto, lento, incomprensible desde la temporalidad humana, donde los estratos de la vida se fueron sucediendo y dejando sus rastros sobre las capas sedimentadas del inmenso espacio austral.

De este modo, entre Brasil y TDF, Darwin halla sobre el espacio una clave de lectura y comprensión de ese tiempo eterno y su incógnito desplazamiento, de la tensión paradójica entre el origen y el fin, entre el todo y la nada, entre la vida y la muerte, entre la esplendorosa existencia y la progresiva decadencia. Quizá por eso, tal como lo afirma hacia el final de su diario, a lo largo de toda su travesía solo dos escenas fueron las que mayor impresión le habían causado: el paisaje de los bosques brasileños, “donde domina la vida”, y el de TDF, donde “reina la muerte como soberana”.

Las “tristes soledades” del sur se presentaban para Darwin como una región extrema no solo por su posición geográfica con respecto a las naciones “civilizadas” sino, sobre todo, porque evidenciaban el límite de un equilibrio natural en el cual, de norte a sur, podían leerse los cambios, finitud y “decadencia” de los estratos de la vida. Es posible entonces que haya sido en esos lugares donde comenzó a

ensayar la ecuación guerra/equilibrio de la naturaleza y a trazar las líneas de su teoría evolutiva.

 

 

Figura 3. Islas Wollaston, Tierra del Fuego. Fuente: http://darwin-online.org.uk/converted/pdf/1890_Voyage_F59.pdf.

 

El desierto de Darwin puede leerse, entonces, como el paisaje donde se comprueba científicamente la competencia por la vida y se sentencia el movimiento de la selección natural. Pero también puede interpretarse como el espacio que intriga y horroriza porque, precisamente, su representación exhibe y pone en cuestión los límites y contigüidades entre lo humano y lo animal, entre naturaleza y cultura, entre la “civilización” y el “salvajismo”, entre las vidas que valen y las que no, entre lo extinto y lo extinguible (y exterminable).

En síntesis, sobre el paisaje fueguino en particular y los paisajes patagónicos en general, el diario conjuga permanentemente una actitud científica con una estética y política. Allí donde los concibe de modo negativo también reconoce la poesía; allí donde los define decadentes y mortales, también corrobora la existencia de un orden sucesivo y prolongado de cambios graduales, de lucha y equilibrio, de orígenes y fines que motorizan la vida; allí donde los revela como un vacío también expresa su disponibilidad.

Mediante estas operatorias, Darwin redimensionaba y prolongaba los sentidos con que, influenciados por los relatos de viaje de Alexander von Humboldt y bajo la idea de desierto, los viajeros europeos retrataban entonces los espacios sudamericanos.

Imaginario que pocos años después fue reapropiado por la denominada “Generación del 1837” en la fundación de un paisaje (y una literatura) nacional que se autoidentificó “blanca” y “civilizada”, al tiempo que negó todo aquello que no se ajustase a su pretendida “blanquitud”.

Con todo, aun considerando la singularidad y peculiaridades con que Darwin proyectó un desierto sobre TDF, es importante subrayar que esas operatorias constituyeron actos de colonización. Es decir, fueron formas de redimensionar y prolongar, pero también de componer y re articular el campo de interpretación y visibilidad de los “ojos imperiales” sobre estas regiones; modos de ampliar el conocimiento e interés europeo sobre las mismas y, conjuntamente, de reforzar la idea de su inferioridad y disponibilidad para diversas formas de usos y abusos.

 

NOTAS

 

1 El diario sobre el viaje a bordo del Beagle fue la primera publicación de Darwin. La primera edición singular y en inglés es de 1839 y fue publicada bajo el título Journal of researches into the geology and natural history of the countries visited during the voyage of H.M.S. Beagle round the World, under the command of Capt. Fitz Roy, R.N.

2 Si los poéticos relatos de viaje de Alexander von Humboldt y sus observaciones sobre la Historia Natural habían inspirado en Darwin el goce por viajar para ampliar conocimientos, Charles Lyell y sus Principios de Geología (la obra de geología más influyente del siglo XIX), fueron su guía para leer el tiempo en los espacios más australes.

 

Citas

 

Darwin C. (2008). Diario de la Patagonia: notas y reflexiones de un naturalista sensible. Continente, Buenos Aires. 128 p.

 

Pratt M. (2011). Ojos imperiales: literatura de viaje y transculturación. FCE, Buenos Aires. 472 p.

 

Prieto A. (2003). Los viajeros ingleses y la emergencia de la literatura argentina, 1820-1950. FCE, Buenos Aires. 215 p.

 

Rodríguez F. (2010). Un desierto para la Nación: la escritura del vacío. Eterna Cadencia Editora, Buenos Aires. 416 p.