Biología del invasor más famoso de Tierra del Fuego

Otro gringo suelto en Patagonia

Autores/as

  • Alejandro Pietrek
  • Julio Escobar
  • Mariano Feldman

Palabras clave:

castor, invasivo, roedor, biodiversidad

Resumen

A diferencia de otras regiones de la argentina, la patagonia salvaguarda grandes extensiones de hábitat con poca intervención humana. Esto supondría, en principio, un alivio para los conservacionistas que amamos la patagonia natural virgen. Sin embargo, aquí la principal amenaza a la biodiversidad, aunque silenciosa, es visible a los ojos del espectador curioso. Invasores de lugares lejanos como la rosa mosqueta, las truchas o las liebres van copando esos confines naturales que creíamos inalcanzables.

Si preguntamos a un fueguino que especie invasora conoce en la isla, muy probablemente la respuesta sea el castor. Y no es casual. A diferencia del visón (ver cuadro de texto 1), por ejemplo, el castor no solo es enorme sino fácil de ver en casi cualquier cuerpo de agua. Sus madrigueras y diques son notables y toda una obra de ingeniería hidráulica. Son laboriosos desde nuestra perspectiva antropocéntrica (“trabajador como el castor” reza un dicho popular norteamericano) y carismáticos al punto de convertirse en uno de los atractivos ecoturísticos de la isla. Cerro Castor, arroyo Los Castores y otros tantos topónimos delatan esta suerte de amor por el invasor canadiense. Pero, vamos al grano, ¿Cuánto sabés de castores? Intentaremos aquí despejar mitos y afir- mar verdades del castor norteamericano.

¿LA FAMILIA UNIDA?

El castor es un roedor grande (el más grande después de nuestro carpincho) que vive en grupos familiares. Una familia tipo puede contar con la pareja fundadora, las crías del año (entre dos y cuatro) y juveni- les que nacieron el año anterior. Seis es un número común pero eso puede variar de acuerdo al tipo de hábitat y la historia de ocupación de un sitio. La propaganda peronista que los trajo allá por 1946 sostenía que los castores “forman pareja de por vida y si la fatalidad los priva de su compañero/a, viuditos quedan nomas”. ¡Que animales nobles!, pensará alguno. Y probablemente bastante acorde a la idiosincrasia de los ‘40, pero ciertamente exagerado. Los castores sí forman uniones estables, pero vamos a rebajar un poco el estereotipo romántico de la especie.

A los dos años los chicos se hacen grandes y las nuevas camadas ya ocupan demasiado espacio en la madriguera. Ahí es cuando los juveniles se dispersan para buscar pareja y un nuevo lugar donde vivir. Es por esto que seguramente un castor/a “viudo” no permanecerá mucho tiempo solo, ya que un individuo del sexo opuesto será bienvenido en la familia en esas circunstancias. Por el contrario, un individuo dispersante en una colonia bien constituida puede verse envuelto en peleas territoriales que le pueden costar la vida. “Bueno, está bien, al menos es un...hasta que la muerte los separe” dirás vos. Tampoco. Estudios recientes utilizando métodos genéticos mostraron que en castores (y castoras) las “relaciones” fuera de la pareja no son raras y es común que en una familia haya crías de padres distintos. Así que esa suerte de monogamia estricta es casi un mito.

ARK CAICYT: http://id.caicyt.gov.ar/ark:/s27967360/kmoiot9wc

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Publicado

01.03.2015 — Actualizado el 01.03.2015

Cómo citar

Pietrek , A. ., Escobar , J. ., & Feldman, M. (2015). Biología del invasor más famoso de Tierra del Fuego : Otro gringo suelto en Patagonia. La Lupa. Colección Fueguina De divulgación científica, (7), 26–31. Recuperado a partir de https://www.coleccionlalupa.com.ar/index.php/lalupa/article/view/356

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